Se celebra hoy una de las fiestas marianas más populares de la Iglesia universal, Ntra. Sra. del Carmen. Cuántas localidades saludan hoy a la Virgen María bajo esta advocación, cuántas mujeres y hombres llevan su nombre, cuántas gentes del mar la invocan como su patrona y protectora.
Los orígenes de esta advocación son muy antiguos, están en los comienzos de la orden carmelitana. A principios del siglo XIII unos caballeros cruzados liderados por Brocardo, decidieron retirarse al Monte Carmelo, en el actual Israel, para llevar una vida de eremitas, de pobreza, castidad y obediencia. Obtuvieron del patriarca Alberto de Jerusalén una regla que ordenaba aquella experiencia de vida en común que estaban realizando. Vivían en cuevas, en torno a la cueva del profeta Elías, que en ese mismo monte se había retirado. En el centro de aquellas rústicas viviendas construyeron una ermita dedicada a la Virgen María, que pronto se denominaría la Virgen del Monte Carmelo. Conforme se fue extendiendo la orden carmelitana, se extendió la devoción a esta singular imagen, hasta convertirse en una de las imágenes que más cariño y devoción despiertan entre los cristianos.
Aquellos primeros carmelitas nos enseñaron, colocando a María en el centro de sus vidas, a poner a la Virgen en el corazón de toda nuestra existencia. Este fue el deseo de Cristo cuando en la cruz nos legó como nuestra madre a la Virgen María. Quiso que la recibiéramos en nuestra propia casa, entre lo nuestro, en la intimidad de nuestra vida. Pero no para recibirla de forma pasiva, sino muy activa, con mucho cariño, descubriendo el íntimo secreto de esta mujer santa, que acogió como nadie la gracia de Dios, que se fió de Él de todo corazón y que se fue discípulo ejemplar de su Hijo Jesucristo.
Santa Teresa, la gran carmelita reformadora de la orden, nos enseña en el libro de su vida, como ella desde niña recibió en su interior a la Virgen Madre de Dios: “Acuérdome que cuando murió mi madre quedé yo de edad de doce años, poco menos. Como yo empecé a entender lo que había perdido, afligida fuime a una imagen de Ntra. Sra. y supliquéla fuese mi madre, con muchas lágrimas. Paréceme que, aunque se hizo con mucha simpleza, que me ha valido, porque conocidamente he hallado a esta Virgen Soberana en cuanto me he encomendado a ella, y en fin, me ha tornado así.” (Libro de la Vida 10,7).
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